viernes, 12 de octubre de 2018

Señor


Todo empezó un día cualquiera en los cines Golem de Iruña. Era la semana de Cine y Mujeres organizada por IPES y los propios cines Golem. Después de la proyección de una película, cuyo título no acierto a recordar, había un turno para intervenciones del público sobre los temas tratados en la misma. Tomé la palabra e hice mi aportación, la cual fue seguida por otra de una chica joven que, más o menos, dijo: “yo estoy de acuerdo con lo que ha dicho ese señor…”. “Señor”, me había llamado “señor”, yo que siempre había sido un nombre propio, yo que había hecho gala de romper las distancias que otorgan los papeles sociales…¿Habría entendido mal?, ¿se referiría a otra persona? No, no había duda porque, además, quienes me acompañaban, y algunas personas más que me conocían, rieron ante esas palabras y, para más inri, las repetían: “te ha llamado señor, ja, ja, ja…”
Y ahí empecé a hacerme mayor, porque serlo consiste en que las personas jóvenes te vean mayor aunque tú, en tu intimidad y en tu externidad, creas que no lo eres. Uno se puede empeñar en creer que la edad física no tiene por qué corresponderse con la edad vital, incluso le cabe la posibilidad de utilizar argumentos extraídos de grandes pensadores o de proverbios, como aquel que afirmaba que La vejez comienza cuando el recuerdo es más fuerte que la esperanza -razonando que “si tengo más esperanza que recuerdos, y ése es mi caso, la vejez no me ha llegado”-. Todo intento es vano cuando, no alguien como tú, no alguien de tu misma edad o parecida te llama “señor” -porque eso siempre puede ser fruto de una mente antigua o de la pura envidia- sino cuando una joven te despoja de la máscara.

jueves, 4 de octubre de 2018

Falso elitismo ético




Existe la creencia errónea de que para desempeñar determinadas actividades profesionales es necesario poseer unas cualidades éticas superiores a las de la mayoría de la ciudadanía.  Entre esas actividades estarían la medicina, la enseñanza o la judicatura. De sus profesionales se espera que, además de ejercer su labor con eficacia, se muevan por valores considerados socialmente buenos (entrega, altruismo, respeto, honestidad, honradez, etc.).
La realidad, sin embargo, nos muestra que tal creencia carece de fundamento. Efectivamente, en ninguna de dichas profesiones se exige para su acceso poseer unas determinadas virtudes éticas sino, a lo sumo, un limitado conocimiento teórico de las mismas. Además, las motivaciones que impulsan a quienes las ejercen son tan variadas como las que acompañan a muchas otras actividades: el prestigio, la riqueza, el poder, la búsqueda de un mundo más justo, la ayuda a las personas más desfavorecidas, etc. No hay, por tanto, nada que vincule necesariamente la importancia social de las actividades citadas con la ética de quienes las practican.
A la vista de lo dicho hasta ahora, se puede concluir que en colectivos del tamaño que conforman las personas dedicadas a la judicatura, la medicina o la enseñanza, habrá un porcentaje de ellas -similar al resto de colectivos- que infringirán las leyes o que atenten contra los valores socialmente aceptados; es decir, habrá maltratadores, abusadores de niños o niñas, racistas, etc. Por eso, ni la sociedad debe esperar ninguna superioridad ética de dichas personas, ni éstas deben considerarse superiores éticamente al resto de la ciudadanía.

domingo, 2 de septiembre de 2018

Prostitución


Al hablar de la prostitución, ha habido una tendencia, por parte de cierta izquierda, a defenderla argumentando que:
  • "Es el oficio más antiguo del mundo”
  • "La mujer es dueña de su cuerpo y no se le debe decir lo que tiene que hacer o no con él”
  • "Es un trabajo como otro cualquiera”
  • "La explotación que se pueda dar en la prostitución no es distinta a la que se da en las fábricas y en la mayoría de los trabajos”
  • "El/la trabajador/a, vende su fuerza de trabajo, su energía, su tiempo, su actividad, en suma, y quienes se dedican a la prostitución venden, igualmente, su tiempo y su actividad”
  • "Estar en contra es fruto no de una verdadera moral sino de una falsa moral o moralina”
  • "Detrás de la crítica a la prostitución está la negación de una sexualidad libre”
  • "La prostitución es un servicio como otro cualquiera”
Tomando el personaje de aquella mujer matemática seguidora del neoplatonismo y a la que los cristianos de la época mataron por hereje, propongo una reflexión sobre este tema desde la perspectiva de lo que he ido defendiendo a lo largo de este escrito, es decir, que no se puede separar el cuerpo ni la vida de nuestro ser: somos vida y somos cuerpo, y no hay ser humano sin la una y el otro.
MIRANDO AL MAR
Hipatia miraba con sus profundos ojos grises la inmensidad que anunciaba el mar azul. Y pensaba. Pensaba, como mujer, a qué podía deberse la entrega que muchas mujeres y algunos hombres hacían de su cuerpo a cambio de dinero, y veía pobreza en la mayoría de los casos. Se preguntaba si los argumentos dados por algunos, y según los cuales todo trabajador al vender su fuerza de trabajo vende su humanidad entera, no servirían también para definir la actividad de las personas que se dedican a la prostitución y que, por lo tanto, el rechazo social hacia esta sería más fruto de la influencia de determinadas religiones negadoras de la sexualidad que del deseo de liberar a quien la ejerce de una determinada forma de esclavitud o dominación. Pero, observaba que podía no ser cierto que la prostitución fuera un trabajo más y que, en consecuencia, su rechazo no proviniera necesariamente desde una visión moral puritana. Porque, se decía, lo que cualquier trabajador o trabajadora entrega en su actividad, productora o no, es esa misma actividad, algo que no es material más que en su resultado -y únicamente cuando a través de la misma se produce un objeto-y que, solo abstractamente, las personas reconocemos como parte de nuestro ser; por el contrario, en la prostitución lo que la persona entrega es el cuerpo, inseparable de su pensar, de su sentir y de su mirar concretos, inseparable, en fin de su ser,. Y lo entrega, además, como instrumento, pretendiendo, la mayoría de las ocasiones, que su cuerpo le sea ajeno, lo que no puede conseguir más que ficticiamente porque únicamente desde visiones animistas radicales se puede defender que el cuerpo no forma parte de nuestro verdadero ser o no es nuestro mismo ser. Sin embargo, aun en este caso, continuaba, habría que separar, por una parte, la valoración ideológico-moral de la prostitución y, por otra, la exigencia de que quienes se dediquen a ella sean, como cualquier trabajador o trabajadora, sujeto de todos los derechos y deberes porque, a fin de cuentas, la esperanza de la liberación de toda explotación solo se hará real en la medida en que las personas sean tratadas, sin distinción, como tales. Y, llegado este punto, Hipatia volvió la vista de sus profundos ojos azules hacia el caos que anunciaba el mar gris. Y dudaba.

martes, 31 de julio de 2018

La cruzada científica



Quienes se consideran defensores de la ciencia llevan ya mucho tiempo empeñados en acabar con lo que denominan pseudoterapias, que vendrían a ser todas las que no encajan en los estándares de lo que ellos entienden por ciencia (por ejemplo, la acupuntura, la medicina natural, la homeopatía…). En apoyo de sus tesis aportan “estudios científicos” que demostrarían su ineficacia, la influencia del efecto placebo, casos de pacientes perjudicados por su uso, el enriquecimiento de quienes las practican y de los laboratorios que fabrican sus sustancias, el engaño al que someten a quienes acuden a ellas, etc. Pero, ese empeño está alcanzando cotas tan altas que no sería exagerado denominarlo como cruzada, porque cumple con bastantes de los elementos que caracterizaban a las que tuvieron lugar entre los siglos XI y XIII: estaban dirigidas contra los herejes, infieles, etc. y buscaban recuperar el control de un terreno perdido así como extender su influencia y, de paso, el poder político y económico de quienes las promovían.

En primer lugar, sorprende que al hablar de pseudoterapias incluyan a todas las que no pertenecen a la medicina oficial, sin distinguir, por ejemplo, las que utilizan sustancias de las que utilizan otras vías –como las agujas o las manos-. Resulta más cómodo incluir a todos los enemigos en el mismo grupo, pero, ciertamente, no es muy científico. Y más sorprendente todavía es que no hagan mención alguna a las verdaderas pseudoterapias, aquellas que ofrecen la curación a través de rezos y viajes a lugares “milagrosos”, en suma, a través de la fe. Y no sería de extrañar que entre quienes se consideran defensores de la ciencia haya personas que crean en la intervención divina.

En segundo lugar, ni todos los estudios realizados sobre estas terapias han dado los mismos resultados, ni esos estudios son palabra de los dioses que, por lo que dicen, siempre aciertan. Que se desprecie la opinión de las personas tratadas con dichas terapias o que, cuando esa opinión no encaja con lo que el dogma científico señala, se las tilde de estar manipuladas, es hacer trampa lógica, es, justamente, actuar del modo contrario al que la ciencia aconseja.

En tercer lugar, la utilización del llamado efecto placebo para justificar la crítica a los beneficios de esas terapias dejaría en suspenso la mayoría de los medicamentos de venta en farmacias, porque en muchos casos, si no en todos ellos, se recogen datos de dicho efecto en los estudios al respecto. Por otra parte, faltaría la explicación de por qué el efecto placebo funciona, por qué en unos casos sí y en otros no…Y lo que es más importante, si lo que se pretende es la curación, y esta se consigue en algunos o muchos casos con el efecto placebo ¿por qué esa crítica al mismo?

En cuarto lugar, se utilizan casos extremos y excepcionales –como el de la mujer de Girona muerta a causa de un cáncer- para generalizar y condenar a todas las terapias no oficiales, así como a las personas que las practican. Desde luego, eso tampoco es muy científico, aunque sí es una falacia lógica y una inmoralidad. Si se utiliza el mismo argumento con la medicina oficial, esta debería desaparecer, porque el número de personas muertas por negligencia, mala praxis, medicamentos con efectos mortales, etc. es inmensamente mayor. A nadie se le ocurre cuestionar la medicina oficial porque en ella se hayan dado algunos “mengeles”. Incidiendo en el caso de Girona citado, una visión científica del mismo debería tener en cuenta qué tipo de terapia alternativa utilizó y durante cuánto tiempo, así como cuánto tiempo utilizó, si lo hizo, la terapia convencional -¿radioterapia, quimioterapia, otras?- antes y después de aquella, y qué motivo arguyó dicha persona para optar por la terapia alternativa, entre otras cuestiones.  

En quinto lugar, los beneficios mayores o menores de las empresas fabricantes de tratamientos, sean oficiales o alternativos, jamás pueden ser utilizados como argumento ni a favor ni en contra de su eficacia.

En sexto lugar, la ley permite lo que se denomina “rechazo del tratamiento”, porque coloca la libre voluntad de la persona enferma por encima de la del personal médico que la atiende. Sorprende que no ocurra lo mismo con la elección de las terapias, y cuesta entender que tengamos libertad para enfermar y/o morir rechazando el tratamiento, pero no la tengamos para decidir qué terapia deseamos utilizar para curarnos. Se trata a las personas como seres incapaces de tener un criterio sobre la vida y el cuerpo que son y sobre su salud, siempre, claro está, que no lo dejen en las manos expertas de la medicina reconocida.

Como trasfondo, y para terminar, existe una absoluta falta de democracia en el ámbito de la salud, una muestra más de lo que se puede considerar “dictadura de la ciencia”, que en vez de convencer con argumentos mejores que el rival de la bondad de acudir a la terapia oficial frente a las alternativas, dejando en manos de la persona enferma la decisión de por cuál optar, reclama a las instituciones su prohibición. Nada más lejos de lo que exige una actitud racional. Nada más lejos de lo que debe ser la actitud científica.

sábado, 28 de julio de 2018

Nicaragua




Desde muy diversos ámbitos que se consideran de izquierdas se está apoyando la revuelta en Nicaragua contra su presidente Daniel Ortega. Aunque a quienes han tomado esta actitud les parezca un tema menor o, mejor dicho, no lo consideren argumento en su contra, la realidad es que ningún partido o gobierno de derechas defiende al presidente de ese país. Como dato, el embajador de EEUU en la OEA, Carlos Trujillo, ha pedido la celebración de elecciones anticipadas a la vez que afirmaba que “para ser claro, el Gobierno de Nicaragua debe rendir cuentas". Todo ello, sin olvidar que la iglesia católica y la COSEP (Consejo Superior de Empresa Privada) también han apostado claramente en contra de Ortega y a favor de la revuelta. En resumen: EEUU, partidos de derecha, iglesia católica, empresarios y algunos intelectuales de izquierda coinciden en el objetivo común de acabar con el gobierno de Daniel Ortega (además de parte de los estudiantes y de la población en general).

Las personas críticas de izquierdas consideran que Ortega y su mujer se han enriquecido fraudulentamente y han traicionado los principios con los que surgió el FSLN e impulsaron la revolución sandinista que acabó con la dictadura de Somoza, y le acusan de eliminar la disidencia dentro de dicho partido. A esas voces críticas se han sumado algunas personas conocidas, como Vargas Llosa y José Mujica, entre otros, aunque por motivos distintos, lógicamente. También a nivel del estado español ha habido posicionamientos similares, algunos llamativos, como es el caso del economista Gabriel Flores, de Podemos, que en su cuenta de facebook incluye un artículo de su “amigo” J. Luis F. Del corral en el que llama a Ortega “criminal corrupto”.

Lo cierto es que Ortega ganó las últimas elecciones celebradas el 6 de Noviembre de 2016, es decir hace algo más de año y medio, con el 72,5% de los votos y con una participación cercana al 70%, y en las elecciones municipales del año 2017 -que también tuvieron lugar en Noviembre- el FSLN del presidente Ortega ganó con más del 70% y con observadores de la OEA vigilando el proceso y no reseñando ninguna irregularidad.

Como ocurre en multitud de ocasiones, siempre demasiadas, quienes apoyan la revuelta -al igual que quienes la rechazan- generalizan acerca de sus componentes, manipulando el lenguaje y convirtiendo sus argumentos en puras falacias. Así, no se habla de algunos o muchos estudiantes, lo que llevaría a una investigación para conocer su número, sino que se opta por utilizar “los estudiantes” que supone una falsedad aunque, eso sí, evita el esfuerzo investigador. Y lo mismo se puede decir de quienes afirman que las mujeres feministas nicaragüenses también están en contra de Ortega o hacen eslogan de su postura: “Hermanas nicas, yo sí os creo”, lo cual deja a las mujeres que apoyan a Ortega o fuera de ser consideradas nicaragüenses, o fuera de ser consideradas mujeres. Pero el sumun, la traca final, siempre llega con “el pueblo” que es el concepto más manipulable y manipulado de la política. Quienes atacan al presidente siempre dicen expresar la voluntad popular que, por lo que se ve, debe desaparecer en periodo electoral. Y no contentos con eso, insultan a quienes osan manifestar su desacuerdo con su punto de vista llegando a llamarles, como hace June Fernández en eldiario.es, “izquierda rancia” y “machistas-leninistas”.

Comprendo que muchas personas estén desencantadas con la política que practica el matrimonio Ortega-Murillo, con decisiones como la de cambiar la ley del aborto llegando a su prohibición, con sus pasadas alianzas con partidos de derecha y con la iglesia, etc.; y no solo lo comprendo sino que lo comparto. Pero no se debería olvidar que además de ese matrimonio hay miles de personas militando en el FSLN, miles de personas que, valorando los pros y los contras, deciden apoyarle en las elecciones. No se puede menospreciar a toda esa gente, ni tratarla como si fueran niños manipulados por el poder. Tampoco se debería obviar que hay muertos y violencia por ambas partes y que algunos de los grupos sublevados están armados. Sin embargo, no me parece que el número de muertos de cada “bando” se pueda utilizar como argumento a favor de determinada visión política, porque no es ese dato el que determina la bondad o no de los proyectos que se defienden. Ni tampoco es argumento llamarla “represión” cuando la violencia es ejercida por el gobierno y movilización popular cuando la ejercen las personas sublevadas porque también puede ocurrir que lo popular se refleje más en quienes defienden al gobierno que en quienes lo critican. Es la justeza de lo que se reclama, las vías que se utilizan para su logro y el contexto en que todo ello ocurre lo que se debe valorar.

Deberíamos tener en cuenta las enseñanzas de la historia a la hora de juzgar acontecimientos políticos como el de Nicaragua, antes de tomar una posición al respecto, porque, con franqueza, quienes se consideran la 'izquierda buena y verdadera', frente a la “rancia" –J. Fernández dixit-, "irresponsable" –Iosu Perales dixit- y "delirante" –Gabriel Flores dixit- ignoran que desde la desaparición de la URSS, e incluyéndola, no ha habido ningún caso, NINGUNO, en el que las revueltas frente al poder existente –'comunista' o no- hayan dado como resultado sistemas políticos que se pudieran considerar de izquierdas, entendiendo por tal, más justos, equitativos y, en consecuencia, más realmente democráticos. A las revueltas 'populares' han sucedido guerras o gobiernos cada vez más alejados de lo que podemos entender por izquierda y más próximos al neoliberalismo, a la xenofobia y al racismo. Quizás la razón de ello, además de las 'influencias externas', estribe en que en todas esas revueltas se adolecía de un programa alternativo que sustituyera al representado por los dirigentes causantes de las mismas. Y, ciertamente, en Nicaragua ocurre algo similar: no hay un programa común y de izquierdas que unifique a la oposición a Ortega, bien porque esa oposición no es mayoritariamente de izquierdas, bien porque las izquierdas no se ponen de acuerdo en su elaboración.

Aunque suene a receta antigua y 'rancia', existe un medio que ayuda a optar por la solución menos mala cuando no se percibe ninguna buena en el horizonte: determinar cuál es el enemigo principal. Sinceramente, yo no creo que sea Daniel Ortega.

martes, 24 de julio de 2018

Fascismo/nazismo versus comunismo


Desde hace bastante tiempo, se ha ido extendiendo la tesis que establece una equiparación –casi diría que identidad- entre el fascismo/nazismo y el comunismo. Quienes se han considerado a sí mismos liberales (como, por ejemplo, F. Hayek, A. Rand e I. Berlin), aunque no solo ellos, la han utilizado sin cesar en sus escritos para criticarlos y denunciar el peligro que ambos entrañan. Y decía que no solo ellos porque también una parte de la llamada izquierda, principalmente la de la órbita de los partidos socialistas, se ha sumado a la citada tesis.

El argumento de base para sustentar la semejanza entre fascismo/nazismo y comunismo se centra en mostrar ejemplos históricos en donde ambas visiones políticas se han hecho realidad –acudiendo, además, a la personalización a través de las figuras de Hitler y Stalin-, y mostrando el resultado de muerte y ausencia de libertades a que dieron lugar. Si ese argumento se extendiera a todas las propuestas políticas y religiosas que en la historia han sido, la conclusión no podría ser otra que la que esos autores extraen para el fascismo/nazismo y el comunismo, es decir, su rechazo absoluto, ya que todas ellas han sido causa de muertes y de ausencia de libertades en algún momento de su existencia histórica y a través de personas que se han reclamado como sus representantes.

Sin embargo, no es esa la conclusión que extraen. El motivo de todo ello no se encuentra tanto en querer salvar a la humanidad de esos regímenes, sino en evitar que el pensamiento comunista pueda extenderse y calar en la sociedad. Porque, de esa equiparación, el verdaderamente perjudicado es el comunismo, entendido no como régimen político –cosa que sería una contradicción, pues comunismo y estado son lógicamente incompatibles- sino como proyecto de organización de la sociedad. En efecto, si analizamos qué proponen el fascismo y el comunismo desde el punto de vista teórico, encontraremos que no cabe mayor diferencia, ya que, independientemente de mayores concreciones, mientras que el primero habla de razas y de superioridad de unas sobre otras, el segundo habla de la humanidad. Obviar esta diferencia es lo que convierte a esos autores en manipuladores, a pesar de que se nos presenten como lo contrario, es decir, como intelectuales que se esfuerzan por evitar que la ciudadanía sea manipulada.

sábado, 2 de junio de 2018

Izquierda y derecha, ¿extremas?


En la manipulación del lenguaje, a la que nos tiene acostumbradas el poder económico-político, el término “extremo-a” ocupa un lugar preeminente. En efecto, lo ha utilizado y utiliza con tal profusión que ya forma parte del discurso común, el que se ha situado por encima de las ideologías, porque la que debiera ser negadora de ese poder también lo ha incorporado, sin crítica, a su vocabulario.
Con él se catalogan las tendencias políticas que a dicho poder (capitalismo liberal) le resultan, cuando menos, incómodas. Por eso, es fácil leer y oír mensajes donde se hace referencia a la “extrema izquierda” o a la “extrema derecha”, quedando implícito el hecho de que, como señala la RAE en una de sus acepciones, son propuestas “excesivas” y “exageradas”. Y, como todo lo que es excesivo o exagerado es negativo, catalogar a determinadas formaciones políticas de “extremas” equivale a valorarlas negativamente. De este modo, se consigue que el contenido de lo que sea su ideario político quede de antemano, y para la mayoría de la ciudadanía, desvirtuado, si no totalmente oculto.
Por otra parte, la equidistancia y neutralidad que se pretende manifestar al igualar a determinada derecha y a determinada izquierda con el adjetivo de “extremas” es pura falacia. En efecto, la llamada “extrema derecha” se define, por lo menos en Europa, como nacionalista, xenófoba, racista y mayoritariamente violenta, mientras que en la “extrema izquierda” se incluye a anticapitalistas, anarquistas, comunistas, y a algunos grupos socialistas y/o nacionalistas al margen de que sean o no violentos. La simple comparación nos descubre que, para el sistema, la xenofobia y el racismo están al mismo nivel de negatividad que la búsqueda de la igualdad económica y política o la defensa de los derechos para todas las personas sin distinción. También pone en evidencia que el abanico de opciones ideológicas englobadas dentro de la “extrema derecha” es muy inferior al de la “extrema izquierda”. Pero, y sobre todo, coloca dentro de la “normalidad” a los grupos políticos no englobados en ninguno de esos extremos, y ya se sabe que lo normal es bueno si se compara con lo excesivo.
Si “extremo” es sinónimo de “excesivo”, habrá que concluir que quien favorece la acumulación de riqueza con su correspondiente generación de pobreza, la expulsión de inmigrantes o su abandono al huir de la guerra o del hambre, los desahucios que dejan a personas sin hogar, la carestía de los bienes básicos para una vida digna, etc, debería ser considerado extremista con más razón que la que se utiliza para designar de ese modo a quienes se oponen a esos “excesos”.

jueves, 1 de marzo de 2018

Palabras



Primeras palabras

“La palabra es una gran dominadora, que con un pequeñísimo y sumamente invisible cuerpo, cumple obras importantes, pues puede hacer cesar el temor y quitar los dolores, infundir la alegría e inspirar la piedad... Pues el discurso, persuadiendo al alma, la conduce convencida a tener fe en las palabras y a consentir en los hechos... La persuasión, unida a la palabra, impresiona al alma como ella quiere. La misma relación tiene el poder del discurso con respecto a la disposición del alma que la disposición de los remedios respecto a la naturaleza del cuerpo.”
Gorgias, Elogio de Elena 8, 12-1 11

1. Existe una relación estrecha entre los conceptos, el pensamiento y los signos.
• Se piensa con conceptos o ideas. 
  • La distinción que propone Kant entre conceptos puros o categorías ( p.e. causalidad) y conceptos empíricos (p.e. monte), por una parte, y entre ambos y las ideas(que serían alma, mundo y dios), por otra, no modificaría, en lo sustancial, la afirmación inicial. Se trataría, en todos los casos, de contenidos mentales.
• Los conceptos o ideas se expresan materialmente con signos que pueden ser señales o símbolos -ambos artificiales, pues son creación humana-.
• Los conceptos de cada cual son la representación mental de lo que cada cual entiende por aquello que designan.
• Los conceptos se aprenden a través de las palabras (signos lingúísticos) mediante definiciones, descripciones o explicaciones.
• Los cambios en la realidad y, sobre todo, la aparición de nuevas realidades origina la creación de conceptos y, por tanto, de palabras que los representen.
• Hay, además, conceptos e ideas a partir de las cuales se crean realidades y términos, como, por ejemplo, en el caso de los inventos que cuando tienen lugar producen-crean palabras que los designan.
• También hay conceptos que, al expresarse de forma verbal, se transforman en acciones y modifican la realidad. Se les denomina performativos.Ejemplo de ellos es, como señala Foucault, el término "culpable” en el caso de la decisión de un tribunal, porque, independientemente de si es justo o no, cambia la realidad de la persona a la que se dirige, pues se le añade una realidad que antes de la sentencia no tenía.
2. El concepto está determinado o condicionado por el significado dado a la palabra.
• Dar, decidir, el significado es tener el poder sobre la palabra y, por tanto, sobre el concepto y, por tanto, sobre el pensamiento relacionado con ese concepto.
3. El significado de las palabras lo dan:
a) El uso. En este caso, ese significado sirve para la comunicación, es decir, tiene una función práctica. No necesariamente coincide con el significado "oficial” de las mismas.
b) Las instituciones creadas para ello (academias de la lengua o similares) que son las que "oficializan” el significado.
• De la transmisión de sus decisiones se encarga, principalmente, la enseñanza y los llamados medios de comunicación.
4. La mayoría de estas instituciones de carácter público las controla el poder político-económico y, por tanto, las palabras tendrán el significado que ese poder les otorgue en función de su visión interesada de la realidad, es decir, de acuerdo a su ideología.
5. Los cambios en la realidad social y en las relaciones de poder serán más factibles si van acompañados del cambio en el significado de las palabras vinculadas al ejercicio del poder ("libertad”, "nación”, "justicia”, "democracia”, "vida”, "muerte”, "eutanasia”, etc.) porque será indicio de que la ciudadanía ha tomado conciencia del engaño.